9.10.05

Silje

D
urante los tiempos antes del invierno Filburn y el fin de los tiempos, los reinos del este se habían unificado bajo una misma bandera tendida por la mano oscura de Ulrik. Quien había expandido sus fuerzas sobre las tierras conocidas hasta finalmente unificar parte de los territorios vecinos, lo cuales fue tomando por la fuerza, hasta que cayeran en su poder.
Después de años de lucha Ulrik invadió las tierras de Roald al norte de Hjortland. Roald unificó una alianza y ambos llevaron a sus ejércitos a la guerra. Por cincuenta días lucharon sin descanso, pero para los dos comandantes su oponente estaba a su mismo nivel, y no fue hasta que a la mitad del otoño decidieron llegar a una tregua. Ulrik sacó a su ejército de las tierras de Roald si se le confiaba la mano de la hija mayor de este, Silje. El acuerdo fue firmado bajo el vuelo de los cuervos y las partes partieron hacia sus reinos sin voltear atrás.
Ulrik tuvo cinco hijos, dos de los cuales fueron con Silje. Años después el fiero espíritu de Ulrik perdió su flama y pereció bajo la furia de los lobos grises de Addil junto con su primogénito Stenar y centenares de sus más leales guerreros.
Después de su derrota el reino quedó en manos de Silje bajo el juramento que alguna vez Ulrik hizo frente a Roald y la lluvia de cuervos.
Para todos aquellos que la conocían Silje ha sido cambiada por las circunstancias, ya es la vigésima noche de invierno y lleva demasiado tiempo encerrada en aquella fortaleza muriendo de frío y viviendo entre hombres orates y groseros. La ira le corre por las venas y en cualquier momento se siente con ganas de gritar y matar hasta salir de ahí. La coherencia y sensatez que alguna vez tuvo, se van perdiendo en la locura y la desesperación de ver el reino que por tanto trabajó y por él que tuvo que soportar a su esposo, vérsele robado por su propia estirpe.
Su cuarto lleno de lujos y materiales traídos de tierras lejanas le hacen torpe y le vuelven loca, la histeria le invade, sus ojos se llenan de ira cada vez que ve a cada una de estas cosas, su mente se remonta a aquel día en el que sin más perdió la batalla más grande de su vida, y éstos objetos llegan todos los días para recordárselo, recordarle que su infiel enemigo le sigue teniendo un sumo respeto y amor, pero la sola idea de su libertad y su poderío le llenan de temor su corazón. Lo peor es que se trata de su propia carne, y su amor materno le impide odiar a su enemigo por más mal que le haya causado, y con esa sensación espera al menos ver a su hijo entrar por aquellas puertas que día a día se abren brindándole solo decepciones en forma de valiosas vasijas de oro y telas de oriente. Se imagina qué sería lo que haría al ver a ese personaje que le arrebató todo lo que le correspondía, se pregunta si lo abrazaría, si correría a sus brazos para poder oler de esa rubia cabellera aquella esencia que no ha sentido en años, o si le apuñalaría, dejando derramar la valiosa sangre que comparten, pero que aún se ve contaminada por la avaricia de su esposo.
Y cuando finalmente escucha el cuerno sonar a la distancia, corre hacia los enormes portones que lentamente se abren dejando pasar a un jinete seguido por varios hombres y un vagón. El jinete le anuncia la llegada de los reglaos traídos del Oeste, pero Silje no responde, tanto tiempo esperando, su paciencia había llegado a un límite, se sentina en una desesperación horrible y tomó las telas y los objetos de oro y los tiró fuera de la fortaleza; las prendas las pisoteó en el lodo, y mientras gritaba, rompía las cajas y vasijas. Sus damas trataron de calmarla, pero la ira de la reina les devolvió golpes y gritos, y habiendo pasado su ataque, le sorprendió ver la reacción tan tranquila de los guardias, del jinete, y las caras asustadas de sus damas. Silje lentamente volteó y frente a ella se plantaba un grupo de jinetes, frente a ellos uno en un corcel negro como la noche. Este se aproximo hacia la reina, y la cara cubierta por una capucha pronto fue descubierta. Después de tanto tiempo todavía podía reconocerle, veía su mirada plasmada como en un espejo, los ojos de su madre, el jinete era su hijo,Bjørnar el dueño de sus pesares.
Silje rompió en lágrimas, parte por felicidad y parte por coraje, había tantas cosas que quería decirle, pero la ira le invadía el alma. Se volteó y se dirigió hacia la fortaleza, y le exigió que si deseaba hablar con ella, sería en sus aposentos.
Mientras se alejaba su mente le brindó imágenes del pasado, recuerdos sobre su hijo, cuando lo veía correr por las praderas con sus pies descalzos, cuando dominó a su caballo siendo apenas un joven, su rubia cabellera mientras caminaba con sus hermanos, la inocencia, destrozada por aquél día en el que ese mismo hombre al que tanto amaba arrasó triunfante con el ejército de u padre, y apoyado por un espíritu salvaje destrozó las fuerzas que comandaba su hermano mayor, no sabía si sentir orgullo por aquel joven que demostraba hazañas extraordinarias. Pero cuando logró vencer, cuando su reino cayó en los intereses desconocidos de su hijo, sintió la agonía de la derrota, y el odio del derrotado.
Bjørnar se acercó a su madre con sumo respeto, no solo se trataba de su madre, si no de una poderosa gobernante que no debería de ser tomada a la ligera, su enojo era evidente, pero la situación no había cambiado, su madre se había convertido en su enemigo, y la disputa por el reino había sido cruel, él había hecho un juramento, y de él dependía cumplirlo, y tuvo que derrotar y traicionar a su madre y a su hermano para conseguirlo.
Pero su madre era poderosa, y no podía desperdiciar una vida tan preciada, en parte por amor y más que nada por temor hacía la enorme figura que Silje representaba. Por algo seguía siendo la reina, solo que ella no lo sabía. Pero el tiempo había llegado para que madre he hijo resolvieran sus conflictos y se encaminaran hacía un acuerdo que beneficiaría los planes de Bjørnar. Planes guiados por aquellos que se preparaban para una guerra aún mayor, una guerra destinada a perderse, pero que tendría que lucharse.
Gran parte de las fuerzas de Bjørnar se encontraban fuera de la fortaleza de Silje, su plan era sencillo; su madre habría de tomar el reino mientras él se dirigía con el resto de su ejército hacia el Este, marcharía hasta el fin del mundo para encontrarse con un enemigo en crecimiento.
Silja dudó, y fue esceptica frente a los planes de su hijo, pero Bjørnar propuso sus términos, si su madre no los aceptaba quedaría cautiva y el control del reino quedaría en manos de su hermanastro en Skade, quien le había jurado lealtad, pero Bjørnar sabía que la mano de su madre era aún más poderosa  que la de su hermanastro.
Sin embargo Silje sospechaba de su hijo, pero le estaba dando algo que ella había ansiado por mucho tiempo, el poder que le correspondía, el mando del ejército que le debía respeto a ella mucho antes de que su hijo se lo quitase.
Finalmente Bjørnar informó a su madre que acamparían a las afueras de la fortaleza hasta que ella hubiese tomado una decisión, tendría tres días, al cuarto sus fuerzas se moverían a Skade con su hermanastro.
Silje fue veloz con su decisión, al segundo día se elevó una antorcha en la torre más alta y entonces Silja fue liberada de su encarcelamiento. Salió victoriosa seguida por su guardia y sus damas. Bjørnar la esperaba a la cabeza de la armada. Silja volvió a ver a su hijo, y recapacitó en lo que estaba a punto de hacer, pero ya había tomado una decisión, el poder era suyo y nadie más lo merecía. En ese momento recordó por última vez las piernas largas de su hijo correr por las mismas praderas en las que ahora se respiraba el aire de traición.
Bjørnar le dio las últimas instrucciones a su madre, quien montada en su corcel, aceptó los términos de su hijo. Se sentía feliz, al fin había conseguido lo que por tanto tiempo había sufrido, pero pronto sintió la necesidad de detenerse, sin embargo era demasiado tarde, Bjørnar había juntado a su caballería, y a la cabeza de esta se dirigió hacia los bosques del Oeste, ninguna palabra se cruzó entre madre e hijo.
Silje se vio en la presura de correr hacia su hijo, pero se sentía tan llena con el nuevo poder otorgado que solo le vio partir sin más.
Silje gobernó con gran energía y autoridad justamente como se le había predicho a Bjørnar, pero dentro de su mente aún sentía el resentimiento hacia su hijo, hacia lo que le había hecho.
Por mucho tiempo no se supo nada de Bjørnar, su campaña se había extendido por varias primaveras, y Silje nunca recibió alguna correspondencia de su hijo. Pronto se comenzaron a oír rumores acerca de su muerte, de la forma brutal en la que había fallecido. Silje se debatía entre la angustia y el regocijo. Si era cierto entonces el reino era completamente suyo, y no habría necesidad de utilizar el gran ejército a su disposición para someter a su hijo.
Llegado el invierno Silje ofreció asilo a un grupo de hombres provenientes del Sur. Se pensó que eran comerciantes, pero sus intenciones eran otras. A Silje se le presentaron como filósofos, hombres de saber que venían a presentarle la verdad acerca del mundo. Ellos hablaban acerca de un ser más poderoso aún que aquellos que controlaban las tierras del norte, hablaban de su piedad y su paz, pero que para llegar a ellas había que luchar incluso hasta la muerte.
Silje se vio extrañamente atraída hacia estos personajes, e hizo que se distribuyeran sus conocimientos entre las personas del reino, los hombres de piel quemada accedieron gustosamente a instruir al pueblo acerca de sus conocimientos. Pronto el reino cambió por  la llegada de un enemigo mayor, que poco a poco fue conquistando los corazones de las personas.
Pasada la primavera, las doctrinas de los extraños hombre venidos del sur habían sido implementadas por prácticamente todo el reino. Silje logró llegar a un acuerdo con su hijastro en Skade para que su ejército y su gente se unieran a la nueva ideología, a vistas de que Bjørnar al parecer yacía muerto en batalla y que su ejército se había dispersado. La reina lo lloró por tres días y tres noches y luego su cuerpo fue simbólicamente enterrado bajo las instrucciones de los hombres del sur.
Entonces vino el otoño, y el reino de Silje recibió una visita escalofriante. Bajo la constante lluvia las puertas de la fortaleza se abrieron para dar asilo a un ser intrigante. Silje, seguida por los hombres del sur fue a recibir al visitante, pero estos aconsejaron a la reina tuviese cautela, puesto que se trataba de un seid, un sirviente de los poderes maléficos de la antigüedad. Sin embargo el hombre, viejo, quien sostenía un báculo en donde soportaba el peso de su cuerpo, se aproximó a Silje, y hablándole en el oído le da noticias devastadoras para la reina. El anciano se aleja lentamente y desaparece entre la lluvia. Los hombres del sur consultan  a Silje y este les informa del hecho que esta por aproximarse, pero los hombres tratan de tranquilizarla diciéndole que las mentiras de un viejo loco no son para tomarse en serio, y que su nueva fe la protegería.
Pero el día llegó en el que el horizonte se cubrió de un velo negro, de los bosques volaban grandes cantidades de cuervos cubriendo el cielo sobre las cabezas de los habitantes. Silje observaba paralizada mientras que los cuervos se agrupaban sobre su fortaleza. Los hombres del sur la acompañan, asombrados ante la magnificencia del evento, sus corazones se llenan de temor y se preguntan lo que ocurrirá ante tal acontecimiento. Esa noche fue diferente, Silje alistó a su guardia como si esperase a ser atacada en cualquier momento, las paredes de la fortaleza fueron reforzadas mientras que los campesinos fueron llevados al interior de esta. La oscuridad era imponente, y la infinidad de antorchas que se encendían no ayudaban de mucho ante la penumbra que se posaba sobre ellos. Mientras su ejército se alistaba, Silje mandó a llamar a las fuerzas del reino para que viniesen en su ayuda, tenía suficientes soldados para repeler un ataque, pero necesitaría refuerzos si habría de mantener un sitio. Así se mandaron mensajeros hacía todos los rincones del reino, se izaron banderas y se encendieron antorchas para los aliados que habrían de brindar su apoyo a la reina. El reino que había formado Ulrik era vasto y su alianza era fuerte, pero llevaría tiempo juntar a toda la fuerza, sin embargo Silje  no tenía opción.
En la madrugada, el vuelo de los cuervos despertó a la población, algunos guardias en la torre aseguraban haber escuchado aullidos durante la noche, pero la densa neblina que se había formado no les permitía ver nada as su alrededor. Los cuervos volvieron a cubrir el cielo volando en todas direcciones hasta desaparecer entre los bosques. Al empezarse a levantar el sol, la luz dorada permitió ver una figura en el Este, un jinete envuelto en sombras. Silje fue despertada y ella misma subió a la torre para observar.
El jinete alzó su espada y el tono grave de un cuerno retumbó como trueno. Entonces el cielo se cubrió de negro, y una lluvia de flechas cayó sobre la fortaleza. Los soldados pusieron sus escudos al aire y trataron de protegerse lo mejor posible, pero las flechas caían indiscriminadamente atravesando techos y armaduras.
El ataque duró horas, Silje ordenó a sus jinetes atacar los flacos del enemigo, pero este se movía con rapidez, su infantería se había formado frente a las paredes esperando un ataque frontal. Silje ordenó un último ataque de caballería, pero esta vez los caballos se detuvieron y desobedeciendo a sus jinetes salieron despavoridos. En eso un aullido llenó el corazón de los soldados de pánico. Frente a ellos saliendo de la neblina un jinete oscuro cabalga hacia ellos seguido de un ejército de enormes lobos. Estos cargaron contra los soldados con fiereza, mientras que su líder desde su caballo degollaba hombres con su espada. Los colmillos de los lobos atravesaban hierro y acero.
Al ver a sus compañeros ser devorados los soldados rompieron filas y corrieron presas del pánico fuera del campo de batalla. Desde la torre Silje y los hombres del sur veían aterrados la carnicería.
Entonces las puertas de la fortaleza se abrieron dejando entrar a los pocos hombres que aún resistían siendo perseguidos por los lobos. El jinete oscuro entró a la cabeza de su ejército y descubriendo su rostro, Silje  reconoció a su hijo, susurró su nombre con dificultad. Bjørnar había cambiado, su rostro lleno de tatuajes le daba un aspecto terrorífico, había perdido un ojo y su mirada asemejaba a la de la muerte.
Silje sintió como se le venía abajo, ahora sabía que su hijo no había muerto y que estaba aquí para reclamar su reino, el cuál había sido entregado a las creencias del sur. Bjørnar estaba encolerizado.
El ataque duró hasta la noche, al día siguiente la fortaleza había sido quemada junto con cada uno de sus habitantes. La ayuda que había solicitado Silje arribó, pero demasiado tarde, lo único que encontraron fueron los cadáveres de los soldados que no fueron devorados por los lobos, pero ningún rastro de su reina.
Después de aquel día no se supo más de Bjørnar o de su madre. Se dice que se trataba de los lobos de Addil, y que dedicaron a cazar a los infieles hasta que la Gran Batalla se llevó a cabo.
Finalmente el reino de Ulrik cayó vencido ante los jefes del Este, y fue dividido entre varios de estos.  







1 comment:

Anonymous said...

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